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Cuando se consigue traspasar la primera etapa de incredulidad, no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta. Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que esa persona murió.
Estos días son propicios para que cualquier corazón justo reviente ante tanta miseria de “memoria histórica a la medida”. Para colmo, a ese mediático título le quieren “lubricar” añadiéndole el apellido “democrática”.
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